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- Escrito por Francisco Manuel Martín Yáñez
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Esta es la historia de un quijote contemporáneo. Como el cervantino, un hidalgo “seco de carnes y enjuto de rostro”, que entregó su tiempo y esfuerzo por el bien común. Y como aquél, fue también incomprendido o tomado por iluso al perseguir con vehemencia un sueño altruista: Acercar el conocimiento científico a la sociedad malagueña.
Nuestro protagonista nació en Estepona a mediados del siglo pasado y con tan solo doce años se traslada a nuestra ciudad para continuar como interno sus estudios en la popularmente conocida “Escuela Franco”, hoy Instituto La Rosaleda. Fue el comienzo de una estrecha relación que marcaría toda su vida, pues no solo obtuvo entonces el título de Delineante, sino que volvería a residir en el internado durante sus estudios de ingeniería y desde 1983 ejercería en sus aulas como abnegado profesor durante el resto de sus días.
Enseñar era algo más que una profesión, era una vocación en él, y en su “hermosa locura” pensó que no podía ceñirse solo a los muros del centro educativo. Y es que la conciencia social de nuestro protagonista le hizo percatarse del poco aprecio, por no decir simplemente desprecio, que la sociedad actual y sus dirigentes tienen hacia la cultura científica. Parte de esa inquietud le llevo a fundar a mediados de los años 80 el “Club Científico Albert Einstein” (www.clubeinstein.org.es) como parte de las actividades extraescolares del centro donde impartía clases. Durante casi dos décadas las sucesivas promociones de estudiantes colaboraron en este proyecto con evidente vocación de “cantera”, inculcando en esos jóvenes el interés por las ciencias, en un ambiente de camaradería, trabajando en equipo de forma desinteresada e invirtiendo tiempo fuera del horario lectivo. El ambiente era lúdico y desenfadado, se trataba de hacer más asequibles y amables las áridas asignaturas de ciencias, despojándolas de ese aura de seriedad y rigidez que las hace difíciles de digerir y por tanto de aprobar.
Como buen quijote, este hidalgo también era ingenioso y siempre guiado por su constante inquietud empezó a construir con la ayuda de los alumnos del Club una serie de módulos manipulables al estilo de los que había visto durante sus viajes por las capitales europeas en fastuosos Museos de Ciencias, pero empleando en su lugar materiales reciclados o de bajo coste. Observó con deleite como un par de latas de galletas convenientemente contrapesadas podían poner de manifiesto la ecuación del Momento de Inercia, o que un secador y una bolita de corcho hacían muy ameno experimentar con el Teorema de Bernouilli. La semilla plantada empezaba así a dar su fruto, pero debía encontrarse una forma de hacerla visible al resto de alumnos y a la sociedad en general. En 1988 se celebro la “Primera Semana de la Ciencia del IFP La Rosaleda”, donde además de proyecciones temáticas, charlas debate, conferencias, observaciones astronómicas, etc. se montaba una exposición donde tenían cabida todos estos módulos manipulables fabricados artesanalmente por los alumnos, que también hacían de guías de los grupos de visitantes. Luchando contra sus propios molinos de viento se llegaron a organizar en total dieciséis Semanas de la Ciencia hasta 2003, con muy buena acogida tanto dentro como fuera del centro, incluida cierta repercusión mediática a nivel local y regional.
En 1993 se pudo dar un paso mas hacia el objetivo soñado y aunando iniciativas similares desarrolladas en otros centros de la provincia se constituye la Asociación “MECYT” (Museo Escolar de Ciencia y Tecnología), de la que fue ferviente promotor y artífice. Pensó que un museo estable sería el escaparate perfecto para que esos módulos científicos manipulables creados por alumnos de los institutos de toda la provincia fomentaran el interés por la ciencia en nuestra querida tierra. El camino fue largo y nuevamente tuvo que pelear nuestro caballero andante contra ciento y un obstáculos para lograr que se pusiera la primera piedra del centro en terrenos cedidos por el Instituto La Rosaleda justo enfrente del Diario Sur. Las jornadas de “El Mes de Las Ciencias” organizadas en el PTA en 1994 fueron una prueba de fuego del proyecto iniciado y su éxito un sabroso aperitivo que alentó a la clase dirigente a apostar por el museo. Recuerdo con nostalgia la ilusión reflejada en la cara de nuestro protagonista cuando por fin se abrió al publico el MECYT en 1999, hoy conocido como Centro de Ciencia “Principia” (www.principia-malaga.com). Lástima que poco tiempo después una dura enfermedad y sus secuelas finalizaran dramáticamente las andanzas de nuestro particular Don Quijote, contando con tan solo 58 años.
El dia 12 de Mayo de 2014 es el X aniversario del fallecimiento del escritor, Profesor y Catedrático de Física y Química Don Tomas Hormigo Rodriguez (www.tomashormigo.org), quizá el más importante divulgador científico en nuestra ciudad. En el Centro de Ciencia Principia nos lo recuerda una placa a la entrada de la sala de experimentos manipulables “Tomás Hormigo” (bautizada con su nombre a título póstumo), aunque por desgracia muy pocos reparan en ella. Este quijote malagueño con su modesta y altruista lucha no ansiaba el reconocimiento, simplemente el bien común.
En memoria de mi maestro y amigo Tomás,
Francisco Manuel Martín Yáñez,
Antiguo alumno del IES La Rosaleda
Publicado en Diario SUR el 10/5/2014