Desde muy pequeño, las imágenes de los planetas, galaxias y nebulosas representadas en los libros de texto de Naturaleza siempre ocuparon mi atención. Diariamente pasaba horas y horas observándolas; También lo hacia desde la azotea de mi bloque. Allí permanecía contemplando el cielo hasta que me llamaba mi madre.  Pero para mí sólo eran puntos blancos, amarillentos... sin saber distinguir ni siquiera un planeta de una estrella.

En el verano de 1979, yo ya contaba con quince años; cursaba estudios de electrónica y frecuentaba con cierta asiduidad el taller de reparaciones de Juan Mateos. Una tarde. al entrar en el establecimiento, me llamó mucho la atención ver a un señor delgado y  de ojos celestes haciendo un montaje de vídeo sobre astronomía. ¡En mi pueblo! Para mí era algo impensable A continuación le pedí a Juan  que me lo presentase y Tomás, con diligencia, amabilidad y sencillez, me invitó a sentarme a su lado y seguirle en lo que estaba haciendo. Desde ese momento se inició una amistad que hasta el día de hoy  perdura. esté no esté con nosotros.

De esta manera tan casual me hice su ayudante en el montaje de aquel vídeo, y durante esos días, ante mi sorpresa, me hacía preguntas, preocupado por que su trabajo fuera entendido por la gente del pueblo que iba a verlo expuesto. A mi vez, yo lo bombardeaba a preguntas que él siempre pacientemente, contestaba, resolviendo mis dudas. Y recuerdo que aquellas que requerían más detalles las aplazaba y proponía, ante mi asombro y alegría, que fuésemos juntos a observar con su telescopio.

Tal era su generosidad y su afán por difundir la ciencia que tanto le gustaba, que incluso se ofreció a traerme de Málaga revistas y libros imposibles de localizar aquí. Aún hoy continúo usando un planisferio que él me trajo hace ya veinticinco años. ¡Como olvidar a un amigo que me recogía en mi casa y me llevaba a observar el universo en verano, en  invierno siempre que se pudiera y siempre dispuesto a contestar a mis preguntas! Nunca vi en él un gesto hostil hacia nadie. Siempre, con  palabras sencillas y claras, con afabilidad, conseguía explicar lo que para tantos de nosotros era inexplicable.  Fueron tantas noches de observación que los lazos de amistad se fueron estrechando cada vez más. En una de esas ocasiones le llevé el telescopio que yo había construido durante dos años. Él con su peculiar sonrisa, me dijo: "al final, tengo que preguntarte yo cómo lo has hecho". Fue aquella una noche de las que hacen historia. Él con los conocimientos de Física y yo a los mandos del telescopio que acababa de construir. Vimos los anillos de Saturno, las bandas ecuatoriales de Júpiter, el casquete polar de Marte, varias nebulosas y galaxias, sin dejar atrás el cometa Halley que por aquellos entonces nos volvía a  visitar.

Tomás, esteponero hasta la médula, siempre se esforzó por enseñar a su pueblo lo que era el universo. Organizaba reuniones en Sierra Bermeja, su sierra, conferencias en la Casa de la Cultura... En  una ocasión muy especial tuvimos la oportunidad de conocer, gracias a él, a Juan Pérez Mercader, astrobiólogo que trabajaba para la NASA en  España. Recuerdo entrañablemente que me presentó a él diciendo de mí que era el mejor aficionado a la astronomía de Estepona y que yo le rectifiqué diciendo: Después del maestro... Los tres nos echamos a reír. Un momento realmente inolvidable para mí.

Y qué decir más de mi amigo Tomás, sino recalcar una vez más su sencillez, su modo de ser tan afable, siempre tan accesible para todo el  que se le acercaba, y su constante afición a la astronomía y su empeño en divulgarla. Una ciencia desconocida si no se da a conocer, me dijo en una ocasión. Estas palabras hicieron mella en mí, y siguiendo a mi maestro y amigo, es lo que intento seguir haciendo, aunque haya personas que nos tachen de "chalaos", por no estar en la cama en lugar  de estar pasando frío en el campo. Al igual que mi amigo siempre espero que alguien se me acerque y me pregunte, y aquel que fue alumno hoy pueda aclarar dudas y enseñar cómo mirar el universo, tal como un día lo hizo conmigo mi maestro Tomás.

En cada uno de mis días de observación está conmigo la figura de Tomás. Sería el mejor homenaje a nuestro inolvidable amigo tenerlo  presente cada vez que miremos estrellas, planetas o galaxias, y pensar que aquella persona de cara delgada, ojos celestes y sonrisa amplia, contempla y disfruta con nosotros.

A mi amigo Tomás Hormigo, de su alumno Pablo Aragón. 

Artículo publicado en el boletín del Centro Cultural de Estepona