De las personas que uno va conociendo en la vida las hay que no  sirven más que para un pispás de barecito; otras, las que no dejan huella alguna ni entre los que les rodean (de estos cuídate, por que son  los que siempre caminaron al albur de sus ruines intereses), para olvidarlas; otras, las que bailan siempre al son que mejor suena, para mostrar su cobardía interesada. Otras, y a estas sí que debo la  existencia digna, son las que en cada paso que dieron -y van dando- son una referencia constante, un horizonte inalcanzable, una huella permanente, y, sobre todo, la personificación misma de la dignidad. Son esas personas que mencionara Brecha y Galeano, son los que son  "imprescindibles" y a la vez los "nadies" que ningún ruido hacen según van avanzando. A esta categoría de personas pertenecía -porque murió antes de ayer- un malagueño que presumía de ser parte del universo como un átomo perdido: Tomás Hormigo. No son alabanzas lo que yo digo aquí y, si lo fueran, él las conocía y se ruborizaba.

Tomás, profesor de Física en el IES La Rosaleda -nombre que ostenta a que en un gesto que le honra decidió arrancarle el nombre que poseía y que no debo mencionar por indecente- y observador de eclipses. Hace 16 años inició  una actividad que aún perdura en la Semana de la Ciencia, y que miles de alumnos han visitado. Era un tipo sencillo. Así que sus creaciones eran sencillas y se asombraba con los fenómenos y los hechos más elementales: el agua que bebemos o la luz entretenida de una vela que alumbra sin cesar.

Así que los "artefactos". "cachivaches", "artilugios" y demás  juguetes que se exponían en la Semana de la Ciencia de la Rosaleda supusieron por un lado, que provocara la jocosidad de quienes te conocíamos, por otro - y esa es tu huella- la explicación elemental -para niños de siete años- de los fenómenos físicos que nos rodean. Pero la  Semana de la Ciencia y el Club Científico "Albert Einstein" habían copulado sin protección y quedaron preñados. Fue el tesón, el empeño, "y lo terriblemente cabezón que eras Tomás" lo que llevó a que al poco tiempo se iniciara otro proyecto de carácter permanente, alojado en el  recinto de la Rosaleda, que -a pesar de tus detractores- sigue tus pautas y existe gracias a que tú has existido. Esto no significa que no hubiera un "museo" de la Ciencia en Málaga -claro que sí-. pero donde no existiría sería precisamente sería en el lugar en que ahora se ubica. Por eso ese Centro de la Ciencia que lleva un nombre grande y noble como son los "Principia" de Newton -a quien admirabas-, debe cambiarse y colocarse en su lugar el noble nombre de un hombre: Tomás Hormigo. Dejémonos de bobadas y caxigalines (nimiedades), dejémonos de odios fieros -aunque a tus enemigos no los olvidaré nunca aunque tuvieran la desfachatez de estar en tu entíerro-, dejémonos de tantas florituras a los que ya tienen ese reconocimiento en su cuenta corriente y además en las calles, y llevemos a uno de los "nadies", que lo era todo en el lugar donde se hallara, a la memoria de cuantos vengan a  observar los cachivaches del futuro.

Tomás, podría escribir algunas de las cosas que más te jodían,  podría empezar diciendo que tú eres un canalla que te has ido sin avisar. Podría decir que la última vez que hablé contigo tenías bloqueado el "PC". y que tú, una inteligencia que siempre he admirado -porque hombres buenos los hay, pero mucho de ellos son bobos-  aún respira por los pasillos de la Rosaleda y por el aula de Física. Esta mañana te he visto sonreír porque tú has escuchado el "Come Hawai With Me" y me has dicho que tú vas con Teresa, con el otro Tomás "de los dinosaurios", y con Pablo "el observador".

Has dejado una huella y nos has dejado solos. A mí me has  jodido, porque yo esperaba verte defender el futuro.

Artículo aparecido en "La Opinión" el 15 de mayo de 2004