Cuando me piden que hable acerca de Tomás, se agolpan en mi cabeza mil recuerdos que sería imposible plasmar aquí, así que intentaré quedarme con lo más básico, la persona en sí.

 

Los que lo veían solamente como un profesor que intentaba impartir un temario, no podían negar que era un entregado a su asignatura, un docente vocacional. Los que tuvimos el lujo de compartir con él horas fuera del horario lectivo, podíamos decir que para nosotros: “Tomás era un sabio”. Y lo digo así porque aún recuerdo nuestra expresión de admiración, fascinados escuchándole atentamente en las reuniones del club, en que todos nos poníamos alrededor de una de las mesas del aula y él se ponía a explicarnos tal o cual cosa.

 

En su modestia, creo que el nunca fue consciente de lo que para nosotros representaba, y eso hacía que fuera en el trato siempre cercano y accesible. Nunca se rechazaba un tema de conversación y ninguna pregunta era nunca mal recibida o contestada con desdén, más bien al contrario, podía terminar en un debate en el que se aclarasen mil y un conceptos, y era notable el esfuerzo que él ponía en que así fuera.

 

Me queda la sensación triste de que Tomás fue un incomprendido. Era una persona introvertida, pero con fuerte conciencia social y ética. Siempre fue fiel a sus principios y luchó contra viento y marea por sacar adelante sus ideas. Aún hoy se me encoge el corazón cuando le recuerdo cansado y pesaroso, pues tuvo que sufrir muchas veces el pasotismo y la indiferencia de los que le veían como un iluso. Son aquellos que hacen de “el mínimo esfuerzo” una ley de vida y no entienden que alguien quiera abrir nuevos caminos y llegar más allá, sin esperar nada a cambio.

 

También me gustaría recordar al Tomás amigo. No sabría decir cuando quedó atrás mi mentalidad de alumno y empecé a tratarlo como tal. Quizás el pasar de los años me llevó de forma irrevocable a convertir la amistad en la razón de nuestros encuentros, aunque siempre había el trasfondo de algún que otro tema de divulgación científica que tratar. Era un hombre bueno, de refinada educación y muy amable en el trato. Difícilmente podría encontrar alguien más digno de confianza y mejor consejero. Su mano siempre estaba tendida para los que le necesitábamos. Me queda la pena de pensar que alguna vez pude fallarle por no haber sabido estar a la altura de las circunstancias. Espero que haya sabido perdonarme.

 

Para terminar, no puedo olvidar el día que me enteré de su marcha. No pude dejar de recordar la manida frase: “Se van siempre los buenos”, pero es que no creo que nunca se haya podido aplicar más justamente. Sentí inmensa tristeza, el desasosiego del que pierde algo valioso que sabe que no va a volver a recuperar y dejé de tener un referente en mi vida, una luz que alumbraba mi horizonte. Egoístamente, sentí el vacío de la ignorancia, de lo mucho que podría haber aprendido y que no supe aprovechar, de los instantes perdidos y que ya no volverían a suceder.

 

Agradecer, finalmente, a María Teresa, su amada esposa, y a sus queridísimos hijos, Tomás y Pablo, el que nos hayan ayudado y animado para sacar adelante la página web que iniciamos estando aún Tomás entre nosotros y que se ha convertido en un pequeño homenaje a su memoria tras su marcha.

 

Ojala el tiempo no borre nunca de nuestra memoria a Tomás ni a su obra, pues personas así nos enseñan que tenemos todavía mucho que mejorar y que vale la pena el esfuerzo.

 

Francisco M. Martín Yáñez
Antiguo alumno y miembro del Club Científico Albert Einstein