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- Escrito por Tomás Hormigo
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"En cualquier instituto puede observarse cómo la plantilla de profesores de Ciencias se estanca o decrece, mientras la mayoría del resto de las plantillas se mantiene".
En la locura de la Revolución Francesa, Antoine Laurent de Lavoisier, considerado el padre de la química moderna, fue condenado a la guillotina a causa de su implicación en una odiada organización de recaudadores de impuestos para la monarquía. Cuando el desventurado químico alegó su condición de científico, alguien contestó: «La República no necesita sabios». Afortunadamente, ahora no hablamos de cortar cabezas de científicos, al menos físicamente, sino de dejarlas sencillamente en el paro. La Consejería de Educación y Ciencia de la Junta de Andalucía convoca oposiciones para cubrir 2.970 plazas de profesores de Educación Secundaria pero, decepcionantemente, ninguna de ellas para profesores de Física y Química ni de Biología o Geología.
¿Qué ocurre con las ciencias en los institutos? ¿Cómo es posible que de casi 3.000 profesores necesarios ni uno solo sea de estas especialidades? ¿Acaso los centros andaluces están a rebosar de físicos, químicos, biólogos y geólogos? No. Lo que ocurre es la culminación de un proceso que se veía venir desde hace un par de decenios: las ciencias han ido paulatinamente perdiendo peso en los cálculos horarios de las autoridades educativas. En cualquier instituto puede observarse cómo la plantilla de profesores de Ciencias se estanca o decrece, mientras la mayoría del resto de las plantillas se mantiene o crece de forma natural. Y para esto, lógicamente, existen explicaciones. La distribución horaria de las materias de ESO y Bachillerato se hacen, entre otros criterios, cediendo a las presiones gremiales de los diferentes colectivos de profesores. Algo normal si pensamos que de ello depende el empleo y el destino de cada uno. En los años de implantación de la LOGSE hemos asistido a frecuentes peticiones y protestas de diferentes grupos de profesores; personalmente, nunca he oído ninguna reclamación de profesores de Física y Química o de Ciencias Naturales; probablemente esté ahí la explicación. Es quizá el único sector del profesorado que no se ha preocupado de presionar en su beneficio. Y ahora paga su despreocupación.
¿Y qué puede importarle a la sociedad este asunto? ¿Es tan importante la enseñanza de las ciencias? Nosotros creemos que sí. A ellas les debemos la mayor transformación que ha experimentado la humanidad en toda su historia. El mundo moderno no se explicaría sin las aportaciones de las ciencias experimentales. No conoceríamos la televisión, los trenes de alta velocidad, los modernos aviones, los ordenadores, los teléfonos móviles, la exploración espacial, la evolución del universo, el microondas, la fotografía digital, el cine en casa ni la cocina de inducción. No sabríamos nada del ADN ni de los avances espectaculares de la genética. Tampoco podríamos servirnos de las radiografías, de la resonancia magnética, de la ecografía, de los medicamentos ni de otros progresos de la medicina moderna. Nuestros coches serían mucho más caros, contaminantes, incómodos e inseguros. Lo mismo ocurriría con los edificios, los puentes y las carreteras. Aparte de este aspecto puramente utilitarista, no debemos olvidar que las ciencias son los instrumentos que nos permiten buscar las respuestas a algunas de las preguntas más trascendentales que siempre se ha hecho el hombre: ¿Cómo es el mundo en el que vivimos? ¿Cómo es la materia que nos rodea? ¿Cuál es el origen de la vida? ¿Cómo es el universo? ¿Cuál es su futuro? ¿Cómo se formó?
En las clases de ciencias de los institutos y colegios no se hace alta investigación, como el lector supondrá. Pero se siembra la semilla de la curiosidad y se cultivan los hábitos de pensamiento de los que algún día puede brotar un futuro científico que, aunque no llegue a premio Nobel, contribuirá a mantener y a incrementar el potencial científico de la sociedad. Y los alumnos sin afición o sin disposiciones para el trabajo científico podrán, al menos, estar en condiciones de apreciar y entender las noticias que frecuentemente aparecen sobre avances científicos y tecnológicos. La importancia de esta tarea de preparación científica está perfectamente asumida en sociedades donde la ciencia tiene una tradición secular. Son los países que apuestan por la ciencia básica; algo que para algunos políticos, que tienen otras preocupaciones, es un derroche. No comprenden que de la investigación básica surgen los logros tecnológicos. El resultado es que los países que más invierten en ciencia básica son los que mayor desarrollo tecnológico consiguen. España, lamentablemente, no está entre ellos. Se puede decir que no ha estado nunca y que en los ocho años de gobierno del Partido Popular se ha alejado aún más de ese grupo. En materia de desarrollo tecnológico, se puede decir que somos un país de sucursales o de franquicias. Somos una potencia industrial fuertemente dependiente del exterior. Ni existe investigación básica suficiente, ni desarrollo tecnológico, ni ambiente favorable a todo ello. No es un problema que la sociedad se plantee de forma dramática, pero sí estamos seguros de que la opinión pública tiene una mayor percepción de la importancia de la ciencia que la que las autoridades aparentan reconocer. No hay más que observar el éxito de los programas de contenido científico en televisión, las ventas de las revistas de divulgación científica o la afluencia masiva a los museos de ciencia para comprobar cómo la demanda de conocimiento público de la ciencia desborda a la oferta de las instituciones.
Al sistema educativo español, y, posiblemente en mayor medida al andaluz, se le plantea, pues, un reto ineludible: replantearse una profunda revisión horaria en Educación Secundaria Obligatoria y en Bachillerato. Actualmente, un alumno puede terminar la ESO sin haber oído en clase un solo concepto físico elemental. Esto se entenderá fácilmente si se sabe que los horarios de Física y Química, por ejemplo, se comparten con los de Biología y Geología en tercer curso de ESO y no existen más que como materias optativas en cuarto curso. Esa revisión horaria a la que aludía anteriormente debe proveer del suficiente tiempo para la enseñanza de las materias científicas experimentales; lo cual no debe hacerse a costa de las Matemáticas ni del Lenguaje en ningún caso. Pero sí habría que reconsiderar la desmedida importancia que se ha dado a ciertas materias por motivos que más tienen que ver con las presiones mediáticas -ahora todo debe enseñarse en la escuela- y la mera pedantería pseudoprogresista que con un proyecto educativo claro y definido. La dispersión disciplinar que constituye ese laberinto de asignaturas optativas, que, en la mayoría de los casos no son tales para el alumno, no están sirviendo más que para hacer ajustes horarios y para aumentar la confusión de alumnos, padres y profesores.
Artículo escrito por Tomás Hormigo Rodríguez y aparecido en Diario Sur el Martes, 16 de marzo de 2004.